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El mejor maratón de mi vida

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Cuando corrí Boston 2014 pensé había corrido el mejor maratón de mi vida, no solo por ser Boston, sino por lo que representó para mi.

Antes de Boston pasé por una lesión que me sacó un año de correr, un año de frustración, de tristeza, de coraje por no hacer lo que me gustaba. Puse empeño, trabajo y dedicación para poder regresar. Y lo hice, regresé en febrero 2014 y para abril ya estaba corriendo uno de mis sueños: el Maratón de Boston.

Un maratón que me enseñó perseverancia, insistencia y paciencia. Mucho aprendí durante ese año, me demostré que las palabras “no puedes” es momentánea, porque siempre se puede y que la fortaleza del corazón es más grande que la física. Cuando crucé esa META de forma tan satisfactoria, pensé que era difícil que otro maratón pudiera superar la sensación ocurrida el 21 de abril 2014. Pero sorpresas te da la vida y a mi me dio una nuevamente el 27 de septiembre 2015 cuando corrí el maratón de Berlín.

El maratón arrancó a las 9 am. Yo estaba formada desde las 8:30 en mi corral, el “D”. Estaba con mi esposo Mario Pimentel y Aída, una amiga de mi equipo, los SIMONI RUNNERS, de Puebla. Fue tan emocionante ese momento, los minutos pasaron entre lentos y rápidos pues la ansiedad era grande por querer que arranque el maratón, pero a la vez es un tiempo que no se siente.

A las 8:50 am empezaron a mencionar a los corredores elite, los nombraron uno a uno junto a sus mejores marcas. Es tan emocionante escuchar eso, es un privilegio correr al mismo tiempo que ellos, corredores que admiro. Mi reloj marcó las 9am y justo en ese momento, comienzó la cuenta regresiva. Del 10 al 0 se escuchó el conteo: “three, two, one” y luego el disparo de salida.

Comenzó la fiesta del maratón y todos a correr. Qué emocionante fue pasar por su monumento “La columna de la Victoria”, el famoso ángel, me sentí bendecida desde el primer momento. Recuerdo querer llorar y contenerme un poco para poder seguir corriendo. Corrí a un mejor ritmo de lo que esperaba, el nivel del mar me ayudó y por supuesto, los entrenamientos.

Mi entrenador Cesar Simoni puso mucho empeño en entrenarme, debo agradecerle eso. Corría y me sentía feliz. Llegué al km 5 y lo crucé en 22:50. Sentí que debía bajar el ritmo para poder manejar mejor mi carrera. Me lo propuse pero no lo hice. Con la adrenalina yo seguí corriendo igual, disfrutando, agradeciendo cada kilómetro que recorría. Sentí que al hacer el Maratón de Berlín, Dios me decía: “¡estás viva! y estás haciendo lo que te gusta en un maratón bellísimo”. Cada uno de los que íbamos en esos 42k llevábamos nuestro propio esfuerzo, nuestra propia historia, nuestras propias alegrías, tristezas y enseñanzas y nos estábamos superando a nosotros mismos enfrentando al hermoso maratón.

Corrí 30 kilómetros manteniendo el ritmo, bajándole si acaso unos segundos. Crucé los 30 k en 2 horas, 19 minutos y 15 segundos. Igual que mi chequeo de 30 kms en D.F pero a diferencia del chequeo, ahora sintía que podía seguir. Estaba fuerte, pero nuevamente el maratón me enseñó que como en la vida todo puede pasar y que cuando pasa lo tienes que enfrentar. Me sentía cansada, era lógico había recorrido 30 kms pero estaba bien. Fue hasta el km 35 donde tuve que enfrentar no solo el cansancio sino los calambres. En mi anterior maratón, en Houston, me dieron calambres en el km 34, los cuales me hicieron caminar. Con un estudio realizado por mi nutriólogo descubrimos que suelo deshidratarme 4 veces más del promedio al correr, deshidratación que se desata en calambres. Para este maratón mi entrenador y mi nutriólogo trabajamos diferente. Me hidraté más durante el entrenamiento y el maratón, pero a pesar de ello los calambres llegaron. Aunque esta vez lo manejé de manera distinta, no dejé que me dieran en su totalidad. Al percibir que llegaban bajaba el ritmo, con eso evitaba una contractura el músculo. Recuerdo haber bajado ritmo y pedirle a Dios que no me dieran y a su vez agradecí seguir corriendo. No sé si fue mental, pero había decidido que a diferencia del anterior maratón, en esta ocasión no me harían caminar. Esos últimos kilómetros sonreía, pedía a Dios me permitiera terminar, pensaba en mis hijos, platicaba con ellos en mi mente y corazón, me agarré de ellos una vez más. Pensé en mis padres a quienes amo y sentí que debía aprovecharlos más. Pensé en mi esposo, quien corría también en ese momento. En mi entrenador a quien le debo mi regreso a correr, pues aunque yo he puesto mucha actitud y empeño, el puso su conocimiento para ayudarme no solo a regresar, sino a mejorar cuando yo pensé que ya no se podía. Me acordé de toda la gente que quiero. Pensé mucho en MI, en que soy bendecida por estar tan lejos haciendo algo que amo: correr, bendecida por conocer lugares hermosos, por estar viva, por disfrutar y sonreír en cada zancada, bendecida por poder correr.

Había ratos que platicaba con mis calambres y les pedía dejarme llegar. Y así pasaron 7 kms sin dame cuenta, sufriendo y gozando. Pidiendo llegar y a la vez queriendo que no se terminara. La vida es así, a veces la sufres pero la disfrutas, porque se vive. Durante la ruta lloré muchas veces pero me controlaba, sin embargo, al ver la puerta de Brandenburgo no pude más y se soltaron las lágrimas, bajé mucho el ritmo pues cuando lloramos nos sofocamos, no podemos respirar bien y por lo tanto, tampoco correr, nuevamente me controlé y seguí corriendo. Crucé esa puerta y agradecí a Dios estar en tan bello lugar, agradecí a mis hijos acompañarme cada kilómetro, agradecí a la vida tan hermoso momento.

Después de la puerta faltan 195 metros antes de llegar a la meta, ahí escuché el ¡VENGA ALE, YA LLEGASTE!, era la novia de un amigo que también corría, qué hermoso se siente escuchar una voz amiga alentándote en un lugar tan lejano. Sonreí y corrí. Disfruté mis hermosos 195 metros de gloria. Crucé la meta y lloré como niña, lloré como nunca había llorado en ningún otro maratón. Lloré y agradecí a Dios vivir tan hermosa experiencia. Lloré y me sentí bendecida, lloré y sentí era el MEJOR MARATÓN DE MI VIDA hasta ahora.

Y eso es lo hermoso que te regala correr, pues cuando sientes que has logrado lo que querías, correr te da la oportunidad de demostrarte que los sueños no se acaban, que las metas son solo un paso para proponerte otra más, así como en la vida, sonríes, sufres, sientes que ya no puedes, pero NO paras porque tu meta está fija y tienes que llegar. No quiero sonar egocéntrica y decir que Berlín es el mejor maratón del mundo, todos los son, simplemente que hay maratones especiales y para mí este lo fue. Tiene que ver con momentos, con enseñanzas y éste a mi me enseñó que la vida te sorprende. Es probable que corra otro maratón y se convierta quizá en un futuro en el mejor maratón de mi vida y si sucede eso será maravilloso, porque así debe de ser, lo mejor debe estar por venir.

Con un tiempo de 3:23.40 logré mi PR en mi mejor maratón hasta el día de hoy. Logré mi PR, pero NO mi mejor marca, porque esa está por venir. ¿Cómo lo sé? Porque ahí lo aprendí. Gracias BERLÍN, te conocí de la mejor manera que se puede conocer una ciudad, con el corazón y un par de tenis puestos.

ALE HERNÁNDEZ

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