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Soñando tan alto como tus decisiones

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Comí con mi papá el miércoles antes del maratón de Chicago. Me contaba que, cuando tenía 11 meses, un poco por ayudarme y, quizá un poco por presionarme en mis primeros intentos por caminar, me soltó para hacer un “solito”. El resultado fue que, sin llorar, como no me sentí lista y segura, simplemente y sin hacer drama me senté. Lo “catastrófico” fue que, pasaron 4 meses antes de que volviera a intentarlo. Pero de repente, a los 15 meses y sin decir “agua va”, un buen día me levanté enfrente de mis papás y padrinos y sin ayuda ni miedo me puse a caminar.

La historia para llegar a Boston empieza en 2011. Tenía el firme propósito de calificar para lo cual, estaba inscrita en el Maratón de Nueva York de ese año. Sin embargo, en el mes de Mayo, un infarto cerebral fue el primer obstáculo que se interpuso en mi camino. Me quedé sin caminar, y el sueño de calificar a Boston quedó en eso: un sueño. Por ello, tomo la decisión de diferir mi entrada para correr el maratón de Nueva York para el año de 2012, sabiendo que era una decisión con mucho corazón y cabeza, una gran determinación pero, quizá con poca visión en la realidad.

Pasaron muchas horas, que se convirtieron en días, que se transformaron en meses antes de que mi cuerpo pudiere tomar, de nuevo, la fuerza necesaria para aprender a caminar y, aún contra todo pronóstico, correr. Sin embargo, ya había tomado la decisión de intentarlo. Confieso que no me sentía segura de lograrlo.

El año de 2012 fue uno de muchos cambios en mi vida. Retomo y vuelvo a enamorarme de correr porque, para mí, ya tenía otro significado. Después de un entrenamiento complicado (tenía que vigilar mis frecuencias cardiacas y esfuerzos detenidamente y, como reaprendí desde caminar, modifiqué mi pisada/zancada y forma de correr) llegó la hora de ir al Maratón de Nueva York 2012. Me voy con toda la ilusión del mundo, pero también sabiendo que no tenía suficiente entrenamiento y que sentía una lesión (que había estado ignorando) en la cadera. Y bueno, para los que no se sepan la historia trágica y negra, ese año fue histórico, ya que después de mucha presión por los daños del Huracán Sandy, se cancela el maratón. Segundo obstáculo que se interpone en mi sueño a Boston. Así que, con número en mano y el corazón en cachitos, le pongo “pausa” al sueño y difiero, nuevamente, mi número para 2014.

Ese año, Sonia y yo habíamos vendido nuestros kilómetros del Maratón de Nueva York para ayudar a Fundación Cim*AB en su lucha contra el cáncer. Así que, maratón cancelado o no, existía un compromiso que cumplir. Por ello y, ante la cancelación de Nueva York, nos inscribimos al Maratón de Monterrey de 2012. Junto con mi entrenador, Benjamín Paredes, tratamos de empatar el entrenamiento para llegar a Monterrey pero la lesión en la cadera pudo mucho más que mis ganas. Me quedé tres semanas sin correr y, literalmente me fui a Monterrey infiltrada de la cadera para “no sentir” (es una salvajada, nunca lo hagan). Entonces, la decisión fue “terminarlo” por el compromiso conmigo, con Cim*AB y con cada una de las personas que nos habían comprado kilómetros. El día del maratón sufrí con el dolor de cadera desde el kilómetro 12. Terminé (obviamente) peor y más lastimada de lo que había empezado pero con la satisfacción de saber que había cumplido mi palabra con los demás (pero no conmigo). Obstáculo número tres.

Llega el año de 2013. Los primeros tres meses estuve en rehabilitación de mi cadera. Algunos doctores llegaron a decir que, si quería volver a correr tenía que operarme. Sin embargo, tomé la decisión de hacer pura terapia y confiar en mi acupunturista. En el inter, tomo la decisión de irme a correr Chicago. Fue un año laboralmente intenso, muchísimos viajes y desvelos pero eso no me impidió entrenar (aunque fuere a deshoras) para cumplir mi sueño. Y aquí es la parte donde les presento al obstáculo cuatro. El sábado, después de cenar con mis amigos y preparando mis cosas en el ritual “premaratón”, me doy cuenta que mi número no está en mi hotel. La historia es larga pero, en resumen, hubo que levantar un reporte con la policía por el robo del número, lloré a mares, no dormí y las 4am fui con los organizadores del maratón al hotel sede a suplicarles me dieren otro número. Creo que vieron tanta tristeza en mi corazón que me dieron uno del corral H. Corrí cansada, desconcentrada, sin energía y, solita en km 30 me dejé vencer diciéndome que no estaba lista (terminando 2 minutos arriba de mi tiempo de calificación).

Y así es como llegamos a Chicago 2014. El entrenamiento con Benjamín Paredes igual de intenso que otros años. La dieta en los mismos términos que otros maratones. Empecé a entrenar con un grupo en Las Víboras, quienes se han convertido en grandes amigos, y eso aminoró la carga en los entrenamientos. Desmañadas, sacrificios de tiempo con mis más queridos. Pero, en general, todo igual. La diferencia fue que empecé a creérmelo.

Ya en Chicago, fuimos a recoger nuestro número a la Expo. Curioso, a diferencia de otros años estaba muy tranquila a pesar de que llevaba durmiendo pésimo una semana. Sentía como si fuere a correr cualquier carrera más. Viernes en la noche fuimos a cenar, sábado salimos a trotar todo el grupo y después un poco de descanso. En la tarde del sábado, de la manera más boba me torcí el tobillo izquierdo. Durante nuestra cena sentía como me punzaba y, llegando al hotel, me di cuenta que lo tenía hinchado así que me puse hielo. Preparé mis cosas del maratón y me acosté a dormir. Despierto el domingo, con un tobillo morado e hinchado al cual decidí no hacer caso, me alisto y todo el grupo nos reunimos en el Frijol para calentar y desearnos éxito. Nada de nervios lo cual era una señal que me iba a ir o muy bien, o muy mal. Caminando hacia los corrales, me preguntan ¿por cuánto vas? Yo, super tranquila respondí – “3:35”. Nos despedimos, y ahora sí, ya en el corral de salida a las 7:15am me di cuenta que era en serio.

Los primeros 5kms los corrí incómoda. Tratando de mantener el paso, rebasar gente, controlar la adrenalina de la salida, ignorar el dolor del tobillo, en fin. Hacia el kilómetro 10 y hasta el 25 corrí muy cómoda, platicando y disfrutando del maratón. Pasando ese punto confieso entro en mi barrera mental, la que tengo bautizada como de “2/3 partes” de cualquier distancia. Entro en una zona que me quiero consentir (-porque voy en ritmo y para recuperarme un poquito-), pienso en bajarle al paso (-no tengo prisa, voy en tiempo-) y sí, a veces inclusive camino.   Esta vez, y porque ya la tenía identificada y era consciente de ella, en el momento que pensé en bajar el ritmo, me di a la tarea de apretar el paso. Sí, fueron 5 kms de concentrarme en sólo correr. Cuando menos me di cuenta, ya estaba en el kilómetro 33. Disfruté enormemente los siguientes 5kms (otra vez). Y, qué bueno, porque los últimos 4kms son de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida. Ahí el cansancio en las piernas ni queriendo negarlo se va. El dolor del tobillo era innegable. Una ampolla me molestaba desde el 19kms. Pero, la diferencia fue que pensé y decidí “ahora sí estoy lista, voy por la calificación a Boston”. Y así durante 4195 metros, como cuando empecé a caminar, pensaba cuánto había luchado por esa calificación, cuánto la anhelaba y cómo no iba a dejar que se escapara. El mantra que le gritaba a mi cansancio era “yo mando”.

De pronto veo el cartelón de “800mts TO GO ”- una vuelta a la pista de arriba del Sope. Le sigue “400 TO GO” – una vuelta a la pista de la Anahuác. Damos vuelta y ahí, la meta. Pero no solo la meta del maratón, sino la meta de una decisión y de un sueño que me tomó 3 años cumplir. Los últimos metros me hicieron recordar todos los obstáculos (desde un infarto hasta un pie torcido) que tuve y decidí superar. Cruzo la meta y el reloj dice “3:35:10”. Sí. Exactamente el tiempo que dije antes de arrancar.

¿Qué cambió? La decisión de hacerlo cuando yo misma creí que estaba lista. Así como cuando empecé a caminar.

El premio por mi calificación fue, además de la satisfacción personal, una alegría en escuchar y leer cada uno de los mensajes de felicitación de muchos que vivieron este camino y sueño conmigo. Además, el festejo en grupo de un logro es de las experiencias más fregonas.

Y bueno, alcanzar metas y cumplir sueños solo te lleva a soñar más alto. Por lo pronto, en unos días corro el maratón de Nueva York sin presiones de tiempo, de calificaciones y solo por el gusto de decir “Soy Corredora”.

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