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Vale Villa: un acto de amor propio

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He sido corredora desde hace más de 15 años, pero apenas me di cuenta. Me acordé que empecé a correr cuando mis hijos eran bebés y me volvía loca en la casa cuidándolos. Martes y jueves, de 5 a 7 de la tarde, venía una nana a estar con ellos y yo salía huyendo al Bosque de Tlalpan. Y corría durante una hora sin parar, sin fijarme en  nada más que en regresar a casa a las 7 en punto. Jamás me interesó saber cuantos kilómetros corría ni a qué velocidad y solo sabía que me hacía feliz escapar, tomar distancia de mi vida de mamá un par de horas y poder respirar.

Han pasado muchos años ya. He seguido corriendo, con poca constancia debo confesar, porque mis gustos son así: cambiantes como las estaciones del año, como mi estado de ánimo, como el ciclo hormonal. Sin embargo, creo que hoy tengo una relación fundamentalmente amorosa con el acto de correr. Transité, como en cualquier gran amor, por períodos de odio profundo. El clímax fue durante el maratón de Berlín en octubre pasado. Mi entrenamiento fue bastante disfrutable en general, pero correr el maratón fue una pesadilla. Durante varios meses, estuve enojada con mi decisión de haber corrido 42 kilómetros, para probarme que todavía era fuerte y joven. También me enojó haber corrido mal, lenta, cansada y adolorida.  Me dio rabia no haberme entrenado diferente, no haber hecho más distancias en grupo, no haber subido más cuestas y no haber bajado más de peso para correr más ligera.

De estas emociones hostiles he logrado salir seis meses después. Ya me lo habían platicado, solo que a mí la “depresión post-maratón” me duró mucho tiempo y se me volvió odio chilango, que es el odio de los odios.

Hoy he vuelto a correr y aunque he perdido condición, recuperé algo muy valioso: El sentimiento original de liberación mientras corro.

Correr me permite meditar en mil cosas mientras recorro las calles, el bosque o la banda y agradecer en cada pisada tener piernas y estar viva.

He recuperado el amor por la carrera y he redescubierto el encanto de correr 5 kilómetros, sin subestimarlos. Cuando uno entrena para un maratón, pierde la perspectiva y se le olvida que correr 3, 4, 5 o los kilómetros que sean, es un tremendo esfuerzo. Hay que reponerse de las tristezas, de la flojera, de la indisciplina, del abandono del yo, de las noches de insomnio, para salir a correr.

Cuando lo logro y termino mi carrera, me siento invariablemente una persona más feliz y me siento orgullosa de mí misma. Correr para mí, es un acto de amor propio. Es un encuentro íntimo conmigo. Es un momento para sentir mi cuerpo y mis emociones, y para darle algunas vueltas a las cosas que me importan.

Correr es mi ritual personal de apego por la vida.

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