Dafne Tenorio: por las razones incorrectas
Inicié corriendo por la razón incorrecta: después de una infancia perfecta en la que la disciplina, las buenas notas, los viajes, las risas, la ternura del cobijo familiar dio lugar a la vida de una mujer joven que con todo el futuro por delante vio rotas sus ilusiones en mil pedazos…
Hace ya 10 años tomé la decisión de casarme pensando que lo hacía para formar una familia que sería educada en los mismos valores, la misma ternura y que forjaría con ilusión los mismos sueños que construí dentro de mi familia de origen.
Desde la misma noche de bodas ese sueño se esfumó… esa noche infernal, cruel, violenta, gritos, empujones, golpes, una violación, me expulsaron de tajo del hermoso sueño que hasta entonces había sido mi vida y todo esto de manos de la persona con la que había decidido compartir el resto de mi existencia.
No duré mucho, fueron solo seis meses de pesadilla, de gritos, de golpes propinados en sitios estratégicos para que nadie, nadie supiese el rigor el que estaba siendo sometida. Un buen día de junio tuve a bien recordar la dignidad y el amor en el que fui criada y decidí que Dios me había creado a mi con el único propósito de ser feliz y con lo puesto me marché.
Una vez de vuelta con mi familia, todos, absolutamente todos pusieron mente y corazón en apoyar mi recuperación. De la mujer que a los 28 años caminó radiante, sonriente, segura y con aplomo hacia el altar, seis meses después no quedaba casi nada: pesaba apenas 43 kilos, había perdido el brillo en los ojos, de la sonora carcajada tan característica de mi personalidad no quedaba ni el eco.
Cinco años más tarde una vez que había logrado recuperar la alegría, la seguridad en mi misma, mi ilusión por vivir, alguien que hasta ese momento había sido uno de mis más cercanos amigos, se convirtió en mi novio y muy pronto decidimos casarnos. Volvía a creer en el amor de pareja, a tener la ilusión por compartir mi vida con alguien más, alguien a quien admiraba, alguien en quien creía. No habían pasado ni dos semanas del día en que él me pidió ser su esposa, cuando derivado de un problema de riñón, uno de los médicos del equipo que me atendió, encontró algo alarmante en uno de mis ultrasonidos. Me refirieron con Ana Luisa, una gran doctora.
Ana Luisa me pidió presentarme a su consultorio en el Ángeles, era un sábado, llegué sola, me sometió a dos estudios y me dijo “no puedo dejar que te vayas a tu casa, tengo que hacerte una biopsia hoy mismo”. Al escuchar la palabra “biopsia” no pude más que recordar a mi abuelo Don José, cómo su vida se consumió por el cáncer cuando tres meses antes yo lo había visto entrar a un quirófano como un hombre entero, y sí, el iba también solo a una biopsia.
En ese momento experimenté una rabia indescriptible: “¿por qué carajos a mí? ¿por qué a mí?” Muy enojada le dije a Ana Luisa “tienes que estar mal, estás mal, yo ya pagué todo lo que tenía que pagar, me toca ser feliz”.
La cosa se complicó al punto de que tardaron tres semanas en entregarme los resultados y esas tres semanas sirvieron también para recibir otro golpe de la vida, aún faltaban dos cachetadas más… mientras vivía un infierno esperando el resultado el que en aquél momento era mi prometido me llamó y me dijo que no quería esperar los resultados de la biopsia para tomar una decisión sobre la fecha de la boda, me dijo que él prefería terminar la relación, pues no se consideraba emocionalmente fuerte como para enfrentar a mi lado al cáncer.
Este nuevo golpe me sumió en un estado de enorme depresión, mezclado con una profunda rabia, “¿qué te pasa Dios, qué carajos hice, por qué a mí?”
Cuando llegaron los resultados de la biopsia recibí otro golpe bajo, a pesar de que el tumor fue benigno, es altamente probable que no pueda tener hijos.
Un año antes yo había sido invitada a la zona VIP de los 10K de Imagen Puebla a ver llegar a los corredores. Ese día fue hipnótico para mí, ver la sonrisa de los corredores, sus brazos en alto, escuchar gritos de euforia al llegar a la meta, me marcaron para siempre. Esa meta alcanzada por otros que me eran tan ajenos fue lo que me mantuvo enfocada. Después del periodo de recuperación de la cirugía decidí que ese año yo completaría “la hazaña” de un 10K. Tomé la decisión de dejar de bailar flamenco, me anoté a un gimnasio y empecé a “entrenar”.
Empecé a correr por las razones equivocadas. Empecé a correr buscando la felicidad fuera de mí. Aquella primera meta fue el inicio de la reconstrucción de mi castillo interior, de interiorizar por completo la idea de que la felicidad está en mí, que yo tengo el enorme poder de elegir cómo ver mi vida, que la decisión de ser feliz está en mí.
Ese 10K fue un verdadero desastre, lo “corrí “en 1:12 . En la zona de recuperación me tiré en el piso y me juré a misma no hacerlo nunca jamás. Cinco semanas después corría un 13K de montaña y cinco meses después corría mi primer medio maratón en el día de mi cumpleaños.
Correr me hizo reconocer en mí cualidades que siempre tuve: el enfoque, la determinación, la tenacidad, la alegría, la emoción por el reto vencido. Correr me ayudó a reconstruirme, a amarme a mi así tal y como soy.
Cuatro años más tarde, correr mi primer maratón me forjó a prueba de todo. Los últimos dos kilómetros fueron una película lenta y dolorosa de todo aquello que había vencido. Cuando llegué a la meta supe que había exorcizado todos mis demonios interiores, supe que mi castillo interior estaba completo, que era no únicamente habitable, sino que era un lugar cálido, confortable, lleno de aquella ternura, risas e ilusiones propias de una niña pequeña.
Correr me enseño a vivir bajo una política de brazos abiertos… con los brazos abiertos para recibir agradecida… con los brazos abiertos para dejar ir, igualmente agradecida.
Correr me enseñó a tentarme a mí misma, a buscar salir de mi zona de confort para alcanzar nuevos límites y vencerlos una y otra vez.
Correr me mostró el camino a la felicidad.
¡Te amo correr!