Mis dos grandes triunfos sin medalla
Soy corredora desde 2003, cuando tenía 23 años. Como todas empecé con carreras de 10 y 21 km. Pero en el 2011, cuando ya tenía a mis dos hijos, en ese entonces de 3 y 1 año de edad, mi mente y mi cuerpo me pedían hacer algo más que 21km y así empezó mi travesía de los maratones.
En este 2016 haré mi 8vo maratón en la Ciudad de México. Mi meta es llegar a 10, y lo que venga después será ganancia.
Todas sabemos que para llegar a un maratón se atraviesan miles de entrenamientos y carreras de 5, 10, 21 km y por lo tanto, ¡muchas medallas!. Mi suegro, otro loco corredor, siempre festejaba sus cumpleaños haciendo algo especial y en abril del 2013, cumplió 70 años y quiso correr 70 km. Invitó a sus amigos corredores y familiares a que lo acompañaran los kilómetros que quisieran. Unos en bicicleta, otros 15, 21, 50 o 60 km. Yo solo iba a correr 35 km ya que era mi entrenamiento para el maratón de San Diego que sería dos meses después.
La carrera se llevó a cabo en la ciclopista desde el Ajusco hasta Tres Marías, 35 km de ida y 35 km de regreso. Iba una persona en coche siguiéndonos con abastecimiento y comida. Cuando llegué a los 35 km, que era la mitad del camino, me sentía tan bien que continué corriendo.
Cada vez que hacíamos una parada, mi suegro me preguntaba: “¿Ya te vas a parar Nalleli?” A lo que yo le contestaba: “Voy a continuar suegro, ¡5 km más!” Su sonrisa la llevo siempre en el corazón.
Y así terminé los 70 km en 10 horas. Fui la única que lo logré además de él. Ese abrazo que nos dimos al finalizar, lleno de lágrimas, fue la medalla más emotiva que he recibido. Era su cumpleaños, pero fue el regalo más apreciado que me dejó.
A las 3 semanas murió, Lorenzo Castellanos Hurtado, de un infarto fulminante, murió como los reyes, sin dolor, simplemente se quedó dormido en los hombros de un buen amigo. No sé si el corazón se cansó, pero si él hubiera sabido que eso iba a pasar, estoy segura que lo volvería hacer y yo también.
Mi segunda medalla más increíble que he recibido fue hace una semana, el 16 de julio de este año. Llegué a la cumbre del Iztaccíhuatl, a los pechos de la mujer dormida, la tercera montaña más grande de México con 5286 msnm. Algo que yo veía imposible para mí, pero que soñaba con estar ahí desde más de un año.
En este mundo de corredora te topas con mil gentes que tienen sueños como tú y ves que poco a poco los van logrando, con esfuerzo, dedicación, cabeza, disciplina y un sinfín de cualidades. En los entrenamientos para un maratón es indispensable ir a correr al Nevado de Toluca, ya que la altura ayuda aumentar los glóbulos rojos en la sangre y mejorar así el transporte de oxígeno a los músculos.
Aquí es cuando tengo que decir que soy de Guaymas, Sonora. Me vine a la Ciudad de México a estudiar la universidad y no he parado en descubrir más de nuestra historia como mexicanos desde entonces; las leyendas, conquistas, culturas, pirámides, montañas, me apasionan.
Cuando conocí el Nevado de Toluca me pareció tan hermoso, sus lagunas del Sol y la Luna tan cristalinas, esa nieve que hace su paisaje tan blanco y maravilloso. Siempre he pensado que más que un entrenamiento en el nevado de Toluca es un paseo para mí.
Desde las ventanas de mi casa y cuando el clima lo permite, tengo la vista del sur la ciudad y de las montañas Popocatépetl y el Iztaccíhuatl. Es una bendición contemplar esta vista. Pero sinceramente la mujer dormida domina mi atención. Su leyenda y su silueta cada vez me parecen más bellas. Y quizás ese sueño, esa ilusión, ese anhelo me fueron acercando a ella. Además de ir con las personas correctas que son expertas en el montañismo.
Llegar a sus pechos no fue fácil, pero fue tan noble en darnos un clima espléndido para llegar ahí. Salimos a las 2 am del refugio para empezar el ascenso, ya que una de las principales reglas es: “donde estés a las 12 del día, tienes que empezar a bajar” pues no sabes si el clima puede cambiar y es mejor evitar una tormenta.
Ver y recorrer su cuerpo fue la experiencia más extraordinaria. Sentimientos encontrados; Me sentí tan pequeña y tan insignificante del mundo a lado de esa grandeza y belleza de montaña, pero al mismo tiempo llena de energía, fuerza, positiva y agradecida con la vida y con Dios por cumplir un sueño. Reía y lloraba al mismo tiempo, a pasos de llegar a la cima. Hice una retrospectiva de mi vida y no me arrepentí de nada. Pensaba en mis hijos que son la fuerza de mi vida.
Mi gran medalla, estar en la cima del Iztaccíhuatl y darme cuenta una vez más que tengo un gran amor, a mis padres, familia, salud, mente y fuerza para cumplir mis sueños.
Nalleli Ramírez
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